Rafael Correa no es el Gran Ausente

El presidente ecuatoriano Rafael Correa con su característico discurso populista amenazó, en una entrevista a medios, con volver a la política después del 2017 si es que sus enemigos políticos le molestan y así dejaría su “merecido” descanso en Bélgica. Estas palabras no pudieron ser más inoportunas y fantasiosas. Inoportunas, porque vive el peor momento de sus nueve años de Gobierno, sino veamos los porcentajes de aceptación en las encuestas y fantasiosas, porque él no tiene ninguna bola de cristal que le garantice que la vida política va a seguir girando alrededor de su persona, peor aún después de la crisis y su efecto inmediato en el desempleo. Además, del rechazo de la población a su estilo confrontador y la desgastada estrategia propagandística que trata de vendernos la idea que vivimos en el paraíso.

La amenaza de volver, como todos los elementos retóricos que utiliza Correa, es parte de la misma estrategia de todo su periodo: intentar de que todo gire alrededor de su persona, incluso en su ausencia. Lamentablemente, la oposición y un buen porcentaje de los medios siguen envueltos en la estrategia y no salen del hueco. Sin embargo, la amenaza que hace Correa de volver está muy lejos de parecerse a la promesa perpetua de Velasco Ibarra, porque el Gran Ausente regresó en contextos muy diferentes a los actuales.

Habría que precisar que Velasco Ibarra no terminó cuatro de las cinco ocasiones que ejerció la presidencia. Esta situación fue usada y explotada por el viejo populista para prometer que a su retorno terminaría lo que nunca acabó, que la promesa seguía vivía, que las “mentes ratoniles” de sus opositores le querían sacar de la jugada, que el país necesitaba libertad y justicia, que el problema del Ecuador eran los valores no los políticos. En otras palabras, Velasco siempre dejaba en sus actuaciones un montón de puntos suspensivos, mientras que Correa ha tenido, como ningún otro presidente del Ecuador, un gobierno sin interrupciones durante nueve años, ha concentrado todos los poderes del Estado y ha gozado de la mayor bonanza económica, entonces no puede decir que va a volver para terminar algo inconcluso, que no tuvo tiempo para cumplir sus promesas, que su gestión carecía de recursos.

Velasco Ibarra a diferencia de Correa no gozó de bonanza económica en ninguno de sus periodos y lo seguían eligiendo, supo además entenderse con los mismos que le defenestraban y no tuvo el gran aparataje mediático que dispone el líder de la revolución ciudadana. Esto quiere decir que Velasco Ibarra no solo era él y su carisma weberiano, sino más bien el conjunto de alianzas que cocinaban los grupos de poder para ponerle en Carondelet, por eso le denominaron “el último caudillo de la oligarquía”. Una de la tesis es que Velasco se iba y regresaba por consentimiento de la oligarquía.

Habrá que ver si Correa puede ir y volver como Velasco, debido a su discurso en contra de la oligarquía, además de los múltiples enemigos que ha acumulado en estos nueve años y los indicadores de desempleo que sobrepasan el buen criterio que la gente tenía de las carreteras y la obra pública. Al final, nadie vive del asfalto, del cuento y peor del paraíso que nunca termina de cuajar. Por todo eso es posible que Correa no logré consolidar la figura de el Gran Ausente en su periodo de despedida.

 

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